Dos escritos, el primero de autora desconocida (si alguien tiene el dato se le agradece) el segundo de un amigo, Leandro Villar. Los dos los leí la semana pasada y me parecieron buenos así que los comparto...
Alguien
Alguien que cuando me ponga borracha me lleve a casa en brazos,
que me rompa las medias con la boca y luego me compre otras,
que me haga el amor contra la pared y luego se meta conmigo en la bañera,
que se pierda a mi lado para después rescatarme de laberintos sin sentido,
que saque la espada y me defienda de víboras, pirañas y putas.
Alguien que cosa disfraces a mis días malos y los convierta en buenos,
que no se enfade si no me entiende, ni me entiendo y lo mareo,
que me saque la lengua cuando me ponga tonta y me haga enmudecer.
Alguien que no pueda pasear conmigo por la calle sin cogerme de la mano,
que no me compre con regalos pero que tenga mil detalles de papel,
que no le guste verme llorar y me haga reír hasta cuando no tengo ganas,
que de vez en cuando decida perseguirme por los bares y conocerme otra vez,
que me mire, lo mire y me tiemblen las piernas sin remedio.
Alguien que me eche de menos antes de haberme ido,
que comparta su vejez conmigo,
aunque ahora quede demasiado tiempo.
Alguien que me cosa a te quieros los labios
mientras yo araño su espalda
para que sepa que sigo aqui
que nunca me fui....
Alguien que esté loco por mí, y no se olvide de decírmelo los días de resaca,
que si se pone animal, sea sólo en la cama, y me mate a besos por la mañana,
que no se acostumbre a mí y deje de inventar nombres nuevos para despertarme,
que si mira a otra, luego me guiñé el ojo y se ría de mis celos de hojalata,
y sobre todo que no tenga que perderme para darse cuenta de que me ha encontrado.
Alguien, que se parezca a mi, pero que no sea como yo...
(Sin Título)
Me preguntaste cuál era mi plato preferido y rompiste en un llanto
el silencio del cuarto.
Yo sé.
Yo sé que mis fantasmas me abruman a ratos
y que no presto atención a los detalles esmerados
con los que cuidas la vajilla y sirves de la mesa.
No te ofendas si te confieso que me sorprendo aún
de estar vivo, con esta mala maña de no hacer
nada productivo, de no ensanchar mi cuenta en el banco
y constantemente apretar mi bolsillo,
de encender la vela por no ir luego con la factura,
de escribir hasta en la esquina este papel que escribo,
de comprar
cada vez más barato el cigarrillo.
Perder el tiempo tiene un mérito escondido.
Una regla torcida que la curva enseña. La malévola
clave desbalanceada de la vida.
Yo sé que mis silencios te abruman a ratos
y que no oigo cuando te deslizas como un gusano
para sentarte a mi lado y llevarme contigo
y traerme de vuelta del rincón de mis ojos que nunca has visto.
Yo sé.
Tú quieres que yo sepa que eres mía.
Pero
tú no sabes aún que de las comidas
lo único que me gusta es tu compañía.